RE25 El Crucero (Atenas)


Me había tocado un viaje, pero no sabía si aceptarlo o no… aunque la decisión de aceptarla fue la correcta, sin duda.

Se trataba de un crucero por Grecia y sus islas de una duración de unos 10 dias aproximadamente. Me resultaba impensable conocer todas aquellas maravillas helénicas en tan pocos días, pero la oportunidad estaba presente, así que no lo dudé un minuto más y cogí el vuelo concertado a Atenas, donde después embarcaría en el puerto de Pireo, en el buque. Desde allí recorreríamos todo el Egeo en busca de las tierras griegas donde deseaba encontrarme con el rastro de todo tipo de seres mitológicos.

Al llegar a Atenas, nos instalamos en un bonito hotel céntrico. Dejé mi maleta en la habitación y salí al encuentro del grupo con el que embarcaría al día siguiente. Coincidimos en el hall y desde allí, una guía nos enseñó la ciudad, la Acrópolis, el Partenón y muchos otros lugares preciosos que me dejaron fascinado.

Cenamos juntos un grupito con el que hice buenas migas. Entre ellos estaban algunos empresarios y unos cuantos prejubilados. Me sentía cómodo con el grupo, así que decidimos realizar algunas actividades conjuntamente cuando nos hubiésemos instalado en el buque.

Algunos de ellos ya habían realizado otros cruceros por el Mediterráneo y el Báltico, así que su experiencia me sirvió de mucho para maximizar las escasas oportunidades de que disponía en esta ruta.

Al anochecer embarcamos y me confinaron en una zona singular del buque, donde las vistas eran espectaculares y los camarotes, aunque pequeños, destacaban por su lujosa decoración.

La cama era bastante cómoda, como las de los hoteles, y era grande, lo que en primera estancia me preocupó, pues para mí sólo resultaba demasiado espaciosa.

Me instalé y, después del frenético simulacro de evacuación que me recordó al de la película Titánic, me propuse dar un pequeño paseo antes de zarpar, así conocería mejor el barco. Recorrí el barco de punta a punta, observando todos los detalles que me fueron posible captar, pues raro era el momento en el que no me cruzase con alguien dirigiéndose a sus camarotes por los estrechos pasillos.

En uno de estos «bis a bis» conocí a Ilse.

Ilse es gobernanta de los camarotes donde tenía asignado el mío.

Cuando la vi me pareció una joven demasiado seria para su edad, pero resultó ser mucho más informal de lo que en principio aparentaba.

Noruega, pelo platino recogido en un grácil moño bajo un sombrero naviero, mejillas sonrojadas por el calor veraniego, ojos azules como el cielo, un escotazo de 110 o más y unas curvas que mareaban sin oleaje de mar de fondo. Intenté no quedar en evidencia por mi inexperiencia en cruceros pero en cuanto abrí la boca, lo eché todo a perder…

  – «¡Sin novedad, mi capitana! – dije saludándola al estilo militar y cuadrándome de perfil.

  – » Tú eres novedad» – me espetó en un castellano forzado – «¿Camarote bien?».

  – » Si». Cogí mis documentos y le señalé un nombre. «En mis papeles dice que I. Tøldersson es mi guía a bordo, ¿puede indicarme quién es?».

Ella comenzó a reírse mientras se echaba la mano a la boca y poniéndose firme sin dejar de reir, me informa:

  – «Yo soy ‘capitana’ Ilse Tøldersson. Yo soy tu guía a bordo».

Si pudiera haberme visto a mí mismo como el que se coloca enfrente de un espejo, creo que me hubiese dado una colleja bien fuerte. Por idiota, por zoquete, por gilipollas…

Ilse era mi guía a bordo y yo ya había comenzado presentándome de la peor forma posible.

Sonreí por cortesía y bajé la mirada.

  – «Gracias por la información».

Volví sobre mis pasos de vuelta a mi camarote y me quedé allí hasta la hora prevista para la cena, tumbado en la espaciosa cama, pensando en el ridículo que había hecho y pensando en Ilse.

El crucero zarpó. Oía a los viajeros correr por los pasillos para agolparse en las barandillas y saludar a los que quedaban en el muelle y los alrededores. Escuchaba a los remolcadores tirar del barco para que saliese del puerto.

De pronto, la imagen de Ilse volvió a entrar en mi mente.

La imaginaba con mi calenturienta cabeza cómo sería debajo de aquel uniforme tan sexy.

Imaginaba que debajo de toda aquella ropa habría una mujer perfectamente definida. La desnudaba lentamente y la tumbaba a mi lado en la cama. Ahora ya no sería tan espaciosa y solitaria, ella sería mi invitada y habría cama de sobra para los dos. Seguro que ella no dormiría en una cama tan acogedora y amplia. Compartiría camarote con varias compañeras más y estaría seguramente cerca de la sala de máquinas, donde habría mucho ruido y no se podría dormir bien.

Si no hubiese comenzado tan fatídicamente tendría alguna oportunidad, pero ahora me sentía inseguro.

La hora de la cena llegó y salí de mi camarote en dirección al comedor. Miré a un lado y a otro esperando que ella no estuviese en el pasillo como una guardiana de las mazmorras aguardando pacientemente a que yo saliese de mi escondrijo.

Cuando llegué al comedor, un camarero me preguntó por mi nombre y me acompañó a una mesa grande, donde algunos de mis compañeros de tierra ya estaban acomodados.

Después de los pertinentes saludos, me senté en una de las dos sillas que estaban vacías y comencé a dialogar con los comensales, esperando que nos sirviesen la cena.

Tras un rato hablando, uno de los hombres de la mesa, que se sentaba a mi lado, comenzó a bromear conmigo;

  – «Tu pareja tarda mucho en venir a sentarse a la mesa».

Sabía de sobra que el viaje lo realizaba solo, así que le seguí el juego.

  – «Ya sabes como son las mujeres. Se arreglan hasta para cenar. Siempre quieren estar perfectas».

Sólo cuando sentí moverse la silla comprendí que el último comensal había llegado a la mesa. Me giré para presentarme y allí estaba Ilse, con su uniforme impecable, acomodándose para cenar junto a nosotros.

Miré de nuevo al hombre con el que estaba hablando y le dije:

  – «¿Qué te había dicho?. Perfecta».

Observé de reojo a Ilse y su cara estaba colorada a la vez que sonreía y saludaba al resto de comensales. Debió comprender que lo que había dicho hacía referencia a ella y se sentía halagada y, a la vez, abrumada.

Sirvieron vino en las copas y apuré la primera de un sólo trago. Necesitaba escapar de allí, pero a la vez deseaba quedarme con Ilse.

La cena pasó entre platos e historias. Historias de seres mitológicos y héroes que un profesor de Historia jubilado contaba sobre la Grecia clásica. Algunas ya las conocía. Otras sin embargo eran nuevas para mis oídos.

La cena terminó y los viajeros buscaron entretenimiento según sus gustos. Yo decidí pasarme por el bar y tomarme algo antes de irme a dormir.

Ya iba un poco mareado por el vino de la cena, pero no me importaba pasar por el bar y tomarme un par de copas más. Así intentaría olvidar a Ilse… ¡Joder, qué buena estaba la cabrona!. Y además, yo haciendo el crucero solo…

Me tomé la primera copa y recuerdo haberla visto pasearse por allí, como una vigilante. Recuerdo que me giré hacia la barra y pedí la segunda copa…

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bestia713

Hay muchos adjetivos que me definen, pero sólo conociéndome en persona te puedes dar cuenta de quién y cómo soy en realidad. Creador, maestro, profeta, asesino, genio... Soy todo y nada...

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