RE06 La oferta de la semana

image

Intentaba decidirme por una corbata, pero si había una que me gustase, no conjuntaba con la camisa y, si daba con una camisa, la corbata era la que no conjuntaba.

Estaba a punto de rendirme cuando apareciste por la sección de ropa femenina. Mirabas sin buscar nada en concreto, pero estabas tan concentrada, y te ví con tan buen gusto por la ropa, que me decidí a involucrarte.

Te expliqué mis intenciones. Para qué propósito eran la corbata y la camisa, qué gustos tenía y qué opciones no eran factíbles…
Me miraste de arriba a abajo un par de veces, cogiste un par de camisas de mi talla, 4 o 5 corbatas distintas y me mandaste derechito a los probadores… Estaba alucinado. Con qué rapidez te deshiciste de mí y me enviaste a los probadores… Había pedido tu colaboración y me pareció tratar directamente con mi madre.

Entré en un probador del fondo del pasillo. Me puse la primera camisa y me anudé la primera corbata. Salí fuera para que me juzgases y te llamé.
Apareciste por el fondo del pasillo y cuando enfilabas hacia mi probador, paraste en seco, pusiste cara de disgusto, hiciste un gesto de negación y volviste a salir.
Yo volví a entrar, desanudé la corbata y cogí la siguiente. Una vez anudada, salí del probador dispuesto a llamarte… pero ya estabas allí. De un empujón me volviste a meter dentro del probador. Me desanudaste la corbata y me desabotonabas la camisa… No te gustaba nada.
Cogiste la otra camisa y me la pusiste. Mientras yo me abotonaba, ibas mirando las corbatas. Al final, te decidiste por una y me la empezaste a anudar.
Mientras lo hacías, me lanzabas miraditas y empezabas a sonreír. Quería saber qué te hacía tanta gracia…
Una vez anudada, me volviste a empujar. Te quedaste mirándome un rato largo. Sonreíste y diste tu conformidad.
Iba a darte las gracias, cuando me agarraste la corbata y diste un tirón hacia tí. Por la reacción, no me quedó más remedio que cogerte de la cintura. Seguías tirando y mi cuello se vió forzado a llegar a tu altura. Acercaste tu cara y me besaste.
No contenta con eso, me abrazaste. Rodeaste mi cuello con tus brazos y continuaste regalándome tu boca.
Me tenías perplejo. Mis manos intuitivamente fueron a buscar tus caderas y, de ahí, tus glúteos.
No sabía qué estaba pasando, pero estaba ocurriendo. Seguía besándote y tu cuerpo cada vez estaba más cerca aún del mío, más caliente, con la respiración más fuerte, con mucho más olor…
Deseé arrancarte la ropa a mordiscos, hacerte mía en aquél pequeño espacio… Me abriste tu corazón y los botones de tu blusa… Dejé tus labios y tu cuello me ofreció un buen festín. Lo besé despacio, pero intensamente. Te abracé aún más fuerte mientras te besaba el cuello…
Tu blusa dejó paso a un interesante busto al que me zambullí con gran deseo. Besar cada pecho, desenganchar tu sujetador, descubrir tus pezones y amamantarme con lujuria… Estaba inmerso en una locura de la que no había sido víctima en mi vida. Debería parar, sacarte de aquél probador, vestirme y salir del centro comercial sin mirar atrás.
Pero no podía. No tenía fuerzas ni voluntad para hacerlo.

image

Me separaste y te alejaste un poco de mi cuerpo. Te arrodillaste y fuíste directamente a por mi cinturón. Desabrochaste el cinturón, bajaste la cremallera y dejaste caer mi pantalón.
Acariciabas mi cuerpo a través de mi ropa interior, como si fuese una segunda piel. Yo miraba al techo y clamaba al cielo porque no acabase ese sueño.
Sentí cómo mi pene se liberaba. Quedaba a tu merced y un frío escalofrío invadía mi espalda, que hacía que se me tensasen todos los músculos hasta el cuello. Entonces sentí cómo algo suave, caliente y húmedo se posaba en él y me lo acariciaba con ternura. Tus manos me agarraban las piernas por debajo de los muslos y tu lengua se paseaba por todo mi pene como si fuese un tren turístico.
Tu boca formó ese túnel mágico por el que tantas veces imaginaba que mi entrada estaría prohibida. Dabas largos y fuertes chupeteos a mi pene. Mantenías la succión hasta el final y dejabas que tu saliva resbalase desde la punta hasta llegar a la frontera con el escroto, donde ya estabas ahí con tus labios de nuevo, mojándolos y deslizándolos de nuevo hacia atrás como el oleaje de una playa de arenas blancas, desierta y perdida en una ísla del Pacífico tropical.
Un último chupetón a mi glande y te pusiste de pie. Tu mirada me proponía otro juego. Te cogí las manos, entrelacé mis dedos con los tuyos y nos intercambiamos el puesto.
Llevé tus manos por encima de tu cabeza y te las aplasté suavemente contra el espejo del probador. Me deslicé por tu cuerpo, como un soldado cayendo a los pies de su reina. Besé tu ombligo, tu vientre… Arqueaste la espalda de puro placer y dejaste entrever el interior de tus muslos. Mis manos te cogieron por los glúteos, a los que masajeé con pequeños pellizcos que aumentaron tu excitación.
Elevaste una pierna y la pasaste por encima de mi hombro, apoyándola en él y adelantaste el vientre hacia mi cara.
Saqué mi lengua y humedeciéndola, la pegué a tus labios vaginales. Deslicé la punta, desde lo más bajo que pude alcanzar hasta el clítoris, recorriendo el largo camino que unen los dos extremos. Hice lo mismo por el otro labio. Un inacabable trayecto, de abajo a arriba, de arriba a abajo… Me paraba, humedecía mi lengua, y continuaba escribiendo el caminito, como un caracol que sube por una larga hoja de verdura…
Tu flujo empezó a darle un dulce sabor al trayecto. Suavemente fué mezclándose con mi saliva, edulcorando cada lametón con tu deseo. Mientras mi lengua continuaba deslizándose por tu cuerpo, una gota de almíbar lleno de placer, de lujuria, de deseo, cayó dentro de mi boca y una idea se plasmó en mi cabeza. Ese tipo de idea que no se te quita de la cabeza y que se te fija de una manera que no sabes cómo arrancártela sin llevarte el resto con ella.
La visión de mi pene dentro de ese maravilloso hueco, tan cálido y acogedor, hacía que me volviese loco por momentos. Así que un último recorrido de mi lengua por todo aquel caminito, daría por finalizada la parte de los preliminares y abriría paso a una nueva forma de amarte.
Lo hice posando todo el ancho de mi lengua sobre tus labios. Avancé mientras me iba poco a poco levantando. Cuando terminé aquél caminito, pasé por tu vientre con besos y caricias, dejé atrás tu ombligo marcado de amor, paseé por las calles de tus senos y volví a encontrarme en la plaza de tu boca, mientras mi pene comenzaba a rozar aquellos labios que brevemente había dejado atrás y que ahora se antojaban como una puerta al placer y al deseo mutuo…
Poco a poco fué introduciéndose por el hueco de tu dicha y, en un arrebato de fuerza bruta, dí un pequeño empujón, intentando aliviar el sufrimiento de esa parte de mi cuerpo, consiguiendo arremeterte aún más contra la pared del probador, sacar un gemido de dolor placentero y un suspiro enérgico lleno de un deseo aún más fuerte.
Te penetré rítmicamente durante el tiempo que dejamos pasar entre nuestros brazos y, obligamos a que la pasión hiciese el resto.
Nuestro sudor se volvió dulce y mis manos recogían con fuerza, de entre las garras de un demonio, tus suaves nalgas, que acompasaban el ritmo de nuestro amor, haciendo que alguien más tuviese envidia de nuestra condición de dioses.
Mientras tu jadeosa respiración se volvía más rápida y con más fuerza, yo te apretaba aún más contra la pared con la fuerza de mi cadera, hasta el punto de verme sin resistencia y a punto de rendirme a tus pies y a tu belleza.
Pasaban segundos, minutos, horas o qué sé yo. Aquello se volvió deliciosamente extenso. Tus brazos no dejaban espacio para nada que fuese ajeno a nuestros cuerpos.
Una lágrima empezó a rodar por tu cara. La recogí con mis labios y saboreé su amargo destino. De nuevo arqueabas la espalda y un nuevo escalofrío recorría mi cuerpo. Me abrazaste apasionadamente y me apretaste muy fuerte contra tu cuerpo.
Un lento golpe último contra la pared, nos advirtió del final de nuestro encuentro. Sentí cómo mis fuerzas me abandonaban por el único nexo de unión que tenía contigo. Cómo una extraña fuerza me unía más a tí, pero me hacía perder el único poder que aún tenía sobre tu cuerpo… Sentí cómo un cosquilleo recorría mi pene y continuaba deslizándose por mis piernas hasta el suelo. Deseaba continuar unido a tí, pero mi cuerpo pedía un abandono absoluto de mis fuerzas. No podía proseguir siendo el dueño de tu cuerpo por más que lo desease…

Abandonaste aquel probador con una sonrisa de niña mala. Llegaste al final del pasillo arreglándote el pelo, la blusa e intentando esconder que todo aquello había pasado allí, dejándome a mi suerte. Como quien deja abandonado a un niño el primer día de colegio. Sólo, sin saber qué hacer, con una sensación entre dulce, por haberte tenido, y amarga, por no saber mantenerte a mi lado.

Abandoné los probadores y me volví a casa con aquella camisa y la corbata. No puedo ponérmelas sin recordarte. Recordar cada segundo que te tuve entre mis brazos, ni cada suspiro que me regalaste.
Me ví tentado de volver a aquél probador donde me convertiste en un hombre, y me abandonaste como a un niño perdido…
Me pregunto si, después de todo, realmente ibas a comprar algo o solamente estabas esperando la oportunidad de dar con la oferta de la semana.

No hay mejor recompensa que sentir una mujer satisfecha entre mis brazos.

Publicado por

bestia713

Hay muchos adjetivos que me definen, pero sólo conociéndome en persona te puedes dar cuenta de quién y cómo soy en realidad. Creador, maestro, profeta, asesino, genio... Soy todo y nada...

Deja un comentario